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Turismo

¿Por qué Medellín parece conformarse con ser un destino barato?

Hoy leí una noticia de El Colombiano sobre —“El top 10 de nacionalidades de los turistas que llegan a Medellín”— y me quedé pensando:

Medellín es más barata que nunca para un extranjero que venga con dólares o euros, incluso pesos méxicanos.

La pregunta es: ¿le vamos a seguir vendiendo cerveza barata y nostalgia por la historia de un narco de hace 30 años?, ¿O vamos a invertir y crear experiencias que valgan la pena y construyan una industria turística más seria?

Porque la hotelería no puede sola.


El turista ya llegó. Tiene dólares. Tiene tiempo. Y en Medellín seguimos improvisando.

Los datos no mienten. Estados Unidos representa el 32% del turismo internacional en Medellín. Le siguen Panamá, República Dominicana, México y Perú. Todos con monedas más fuertes que el peso colombiano. Todos con un poder adquisitivo que, en el contexto actual, puede generar mucho más valor del que estamos capturando.

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Pero hay una paradoja dolorosa: mientras ellos llegan con dólares, nosotros seguimos vendiendo como si el turista ganara en pesos. Y no estoy hablando e espacios comerciales como restaurantes o discotecas, donde el aumento en precios claramente impacta negativamente al cliente local, me refiero a los productos y servicios creados únicamente para satisfacer al turista.

Otros destinos con condiciones similares —como Tailandia, Filipinas o Argentina— han construido ecosistemas turísticos sofisticados, rentables y sostenibles alrededor de ese visitante internacional. Aquí, Medellín sigue apelando al turismo de bajo costo, espontáneo, sin guión y sin dirección ni propuesta clara.

Hay demanda. Hay interés. Hay capital flotando en la ciudad cada semana. Lo que no hay —o al menos no en escala suficiente— es una propuesta integral que lo convierta en valor estructural para la economía local.


No está mal contar la historia de Escobar. Lo grave es no contar ninguna otra.

Hablar de Pablo Escobar no está mal. Negar esa parte de la historia sería absurdo. Lo que está mal es seguir posicionando ese relato como el centro de nuestra narrativa turística, cuando hace décadas que Medellín tiene muchas otras cosas que contar.

Y lo más interesante es que ya hay lugares que entendieron esto sin tener que renunciar al pasado.

Miremos Guatapé. Allá también existe la leyenda de una finca abandonada que supuestamente fue de Escobar. Pero no es eso lo que mueve el turismo. Lo que atrae a los visitantes es la piedra del Peñol, el paisaje, los colores del pueblo, las actividades acuáticas, la oferta de experiencias que ha ido creciendo.

Guatapé no borró el pasado, pero construyó un presente turístico claro, atractivo y coherente. No depende del morbo, porque no lo necesita. Tiene identidad propia.

En Medellín aún seguimos que el turista nos siga empujando a un solo relato. Uno que, además, está siendo explotado de forma poco curada, sin una propuesta clara de valor más allá de repetir los mismos recorridos, falta ver gente amontonada en toures informales afuera de la casa donde desvivieron a Pablo para darse cuenta de la realidad.

No se trata de censurar. Se trata de tener mejor ejecución.

Desde Blackroom creemos que el futuro del turismo en Medellín está en contar más historias y ejecutar mejor las experiencias. En reconocer que el visitante internacional ya conoce nuestra historia, pero ahora busca nuevas razones para quedarse.

La salsa no necesita una superestrella. Solo necesita un buen show, bien contado.

Muchos pensarán que lo que más vende de Colombia en el exterior es el reguetón. Y no se equivocan. Es una de nuestras mayores exportaciones culturales.
Pero aquí va una verdad incómoda: el reguetón como experiencia en vivo solo funciona a gran escala cuando está Maluma, Karol G o J Balvin en el escenario.

Y eso no va a pasar cuatro veces por semana.

La salsa, en cambio, no depende de una figura icónica ni de un hit del momento. Se trata más del ritmo, del show en escena, de la energía colectiva, y —sobre todo— de la posibilidad de aprender a bailarla. Eso la convierte en una plataforma perfecta para generar experiencias repetibles, constantes y rentables.

Además, no es un género ajeno para el turista que llega.
Especialmente el norteamericano, que durante décadas se ha sentido atraído por la idea de viajar a Cali, La Habana, San Juan o hasta Nueva York buscando precisamente eso: música latina en vivo, buen show y una excusa para moverse.

En Medellín ya existen academias de baile que venden paquetes de clases de salsa a turistas, y les va bien. ¿Entonces por qué no tenemos un espectáculo recurrente, profesional, pensado para ese mismo público?

No sería un invento. Sería formalizar algo que ya pasa. Sería empacarlo mejor, hacerlo en inglés, elevar la calidad y multiplicar el impacto.

Desde Blackroom creemos que la ciudad está desperdiciando un activo cultural que podría convertirse en un motor económico. Un show de salsa con coreografía profesional, vestuario, luces, música en vivo y un componente interactivo no solo es viable: es urgente y poco importa que algunos detractores piensen que esta idea le pertenece más a Cali.

Porque mientras nosotros seguimos esperando el próximo concierto masivo, cientos de turistas están aquí esta semana… buscando algo que aún no existe.


No necesitamos más camas. Necesitamos más razones para quedarse más noches.

La oferta hotelera en Medellín ha crecido a una velocidad admirable. Los operadores locales han hecho su tarea: invertir, profesionalizarse, optimizar la operación, mejorar el servicio. Pero no podemos seguir pensando que la responsabilidad del turismo termina cuando el huésped recibe la llave.

La experiencia del turista empieza en el check-in, pero se define en lo que vive después:
¿A dónde va? ¿Qué descubre? ¿Qué lo sorprende? ¿Qué lo hace volver?

Si la respuesta es solo “ir a comer algo” o “salir de rumba”, estamos desaprovechando una mina de oro.

La ciudad necesita una red de experiencias bien pensadas, programadas y comunicadas. Desde gastronomía de autor hasta wellness de nivel internacional. Desde diseño local hasta experiencias inmersivas. Desde recorridos culturales hasta espectáculos profesionales. Todo eso hace parte del ecosistema.


No perdamos la oportunidad

Este momento que vive Medellín es histórico. Nunca habíamos tenido tantos ojos internacionales puestos sobre nosotros. Nunca habíamos recibido tantos viajeros con poder adquisitivo. Nunca habíamos tenido tantas razones para hacer las cosas bien.

Pero el turista no va a esperar.

El turista está aquí. Con dólares. Con ganas. Y si Medellín no le da algo inolvidable, alguien más lo hará.

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